Sin mucha fe...

Sin mucha fe, y sin culpa, comienzo este blog luego de que advertí que nunca en mi vida tendría uno.
Claro, mucho ha influído en que hoy esté bloggeando como tantos otros y debo aclara que este abrupto cambio de opinión responde más a la necesidad que la voluntad.
Retrocedamos en el tiempo.
Mi adversión a los blogs no nació porque sí. Fue un producto directo del "boom" bloggero: de repente mi correo estaba inundado con correos de entusiastas amigos que anunciaban un nuevo post y por mucho tiempo, los vínculos enviados no llevaban a nada interesante o novedoso.
Diarios en línea, chismes, opiniones añejas y literatos frustrados representaban perfectamente lo que era un blog para mí. Puede ser que quién lea estas líneas note la ironía de que, hasta el momento, este post es una mezcla de todo eso que digo odiar.
Ni modo... pero no cierre la ventana, por lo menos no todavía.
Resulta que soy periodista. Y bueno, no puedo obviar a los periodistas que alrededor del mundo están haciendo un trabajo estupendo con los blogs.
Le llaman Periodismo 3.0 y tiene su lado malo.
En primer lugar no es enteramente confiable aún... pero ese es un defecto propio de Internet. La información de un blog puede ser manipulada, creada, o presentada tendenciosamente y no hay nadie ahí para evitarlo. No tiene filtros. Ninguno. Al menos por el momento.
Pero eso poco parece importarle a quienes los siguen. Miles y miles de blogs son leídos por millones de personas diariamente porque ofrecen información rápido, con la posibilidad de que sea de primera mano, con una visión que generalmente más humana.
Sinceramente me ilusiona -y tanto como para reconocerlo publicamente- tener una ventana para publicar libre de las influencias de una empresa de comunicación.
Pero los ideales tienen la peculiaridad de ponerla a una a soñar y estoy segura que en la práctica no es tan de color rosa.
Pronto lo descubriré.